La querida y talentosa actriz cubana Maikel Amelia Reyes es una de las figuras más mediáticas en la actualidad.
Sus excelentes interpretaciones en los diversos espacios de la Televisión Cubana, así como su proyección en las redes, siempre en contacto directo con el público que la sigue, son algunos de los aspectos que la han ubicado entre las actrices favoritas de miles de personas dentro y fuera de la isla.
Esta semana, el blog en la plataforma médium Web Cuba publicó una entrevista realizada por Eduardo Grenier a Maikel Amelia, donde se revelan detalles poco conocidos de la destacada actriz cubana. A continuación, compartimos íntegramente la entrevista, la cual esperamos sea de su agrado.
Entrevista a Maikel Amelia Reyes
Es día de rodaje y, a las seis de la mañana, de pie frente al espejo, Maikel Amelia Reyes mira fijamente el brillo de sus ojos azules. Repite en voz alta al rostro que ve: “Yo soy luz, yo soy alegría, yo soy paz, yo soy fortuna”. Hinca las rodillas sobre el suelo y agradece a Dios por vivir, tener amigos y una familia. Solo después, sirve la cucharada de miel con ajo de los ayunos y medita en sus palabras cargadas de fe.
“Soy una mujer espiritual”, dice con naturalidad mientras sonríe tímidamente.
A la entrevista pactada llega con un leve retraso. Viene de amanecer casi delante de cámaras. Pero la actriz que alcanzó su punto más elevado de popularidad con el personaje de Lucía, oficial del Ministerio del Interior, en Tras la Huella ya ordenó por teléfono que nos dejaran entrar y ofrecieran algo de beber. Al cruzar la puerta, el apartamento ubicado a escasos metros del Puente de Hierro que separa a los barrios del Vedado y Miramar, desprende una sensación de calidez. En su interior, la espera invita a estar sentado y cómodo junto a los helechos.
Apenas hace un rato eran las 10 de la mañana. El de hoy parece uno de esos días casi fríos en la isla del verano perenne. La habitación disimula el frescor de fuera y las paredes de madera brillan con la claridad de un rayo de sol. A la derecha, una meseta con su hornilla, platos y copas que cuelgan de un soporte de madera en el techo. Al otro lado, dos butacas amuebladas con cojines y un par de banquetas, un poco más allá, pegadas a las plantas.
Al rato se escuchan toques. El anfitrión, un señor de pelo canoso, abre y al instante trasciende hasta la terraza el murmullo de los saludos. Maikel Amelia viene acompañada de una amiga. Pide disculpas por la demora y casi sin soltar el bolso enciende un incienso. El aroma es agradable. Según ella, ofrece también un ambiente de armonía.
— Yo vengo de una familia con cercanía al mundo espiritual, místico o como se le pueda calificar, un mundo que me llenó desde pequeña. Yo lo resumo en Dios. Se le puede llamar universo, energía, como quieras, pero yo para ponerle un nombre, le pongo Dios.
Con las tazas de café llega también una ráfaga de confesiones.
— ¿Tú sabes que yo quería ser monja? Lo intenté, hasta que mi mamá me sentó y me dijo: “¿por qué quieres ser monja mi amor, porque me asustas?” Y le contesté: mami, porque hacen el bien. Yo veía a las monjitas tan lindas, con tanta entrega, cómo nos enseñaban a bordar, a tejer. Aquella conversación con mi madre fue muy positiva. Me enseñó que para hacer el bien no tenía que ser monja, que solo debía tener una buena disposición como ser humano ante la vida”.
A su regreso queda dispuesto el diálogo para un intercambio. Preguntas y respuestas para allá y para acá. No siempre inquiere el periodista. Maikel Amelia Reyes es una mujer curiosa. Sobresale en su semblante la misma sonrisa de antes, como una cualidad permanente. Se ve feliz. Pero cuando algo la conmueve, puede escapársele también una lágrima. “Es que soy una llorona”, se escuda.
Va vestida hoy con una blusa de color claro y bufanda negra amarrada a la altura del pecho. El pelo corto y lacio apenas llega a su cuello. En la muñeca izquierda, un reloj discreto; en la derecha, una pulsera dorada y gruesa. Los labios y ojos los lleva pintados con discreción y detalle. Luce elegante, puede prescindir de cosméticos: su personaje de cabecera las noches de domingo en Tras la Huella, es la más clara de las pruebas.
— A Lucía llegué de un día para otro. Estaba justamente preparando un capítulo del policiaco en otro rol, cuando me llamaron y me pidieron que asumiera con urgencia el personaje que en esos momentos estaba interpretando Blanca Rosa Blanco. Les dije que no, porque no me había preparado y porque desconocía la situación con la otra actriz. De hecho, la palabra sustituir desde entonces me desagrada un poco. No creo que yo haya sustituido a Blanca, sencillamente entré a desempeñar un papel con las características del suyo.
Blanca tiene su lugar en el público y lo va a tener siempre, y yo tengo el mío y me lo he ganado con mi trabajo y mi esfuerzo. Por eso ella no tiene que sentirse dolida ni molesta, pues yo no hice nada intencionado para llegar a ese personaje ni al programa en general. En fin, en aquel momento dije que no, pero en medio del caos llegaron hasta mi casa, estaban mi madre y mi esposo conmigo y el director me pidió de favor hacer solo dos capítulos. Al final acepté, mi mamá me dijo: “yo no crie una hija cobarde”. Pero me estaba muriendo de temor.
Hasta ese instante, a Maikel Amelia Reyes nunca se le había pasado por la cabeza vestirse de militar. Su carácter dulce contrasta con la rigidez de la instructora que interpela reclusos. “Pero los personajes te eligen”, confiesa y sonríe, otra vez, ahora con más brillo en la mirada.
— Cuando acepté quedarme definitivamente, empecé a buscar información, asumí muy en serio el trabajo. Busqué una Lucía diametralmente opuesta al personaje que había construido la otra persona que defendía un papel similar y traté de fundamentarlo en una sicóloga que había hecho sus estudios en la escuela del MININT.
Pero, como todo en la vida, la llegada a un espacio televisivo sucedió después de un buen tiempo de espera, de una búsqueda cimentada en esfuerzo y persistencia. Durante años, Maikel Amelia también sintió en carne propia el desamparo que provoca ver desde fuera un mundo al que se pertenece y no se puede entrar.
Si la consecución definitiva de tal anhelo desde la niñez fuera una escaleta, bien pudiera resumirse así: su padre, Ciro Antonio Reyes Saumell, era el primer violín en la Original de Manzanillo y descubrió en ella ciertas virtudes para el arte. La llevó a estudiar música, pero Maikel Amelia recorrería varias manifestaciones hasta llegar a la actuación. Al piano básico le sucedieron las artes plásticas, luego la radio hasta llegar al teatro y la dirección de espacios televisivos.
A los 25 años decidió mudarse a La Habana, con la venia y ayuda de su tía abuela Cuca, quien con 98 decidió ir a pasar sus últimos días a Manzanillo y dejarle la casa en la capital. “A ella le debo todo lo que tengo aquí”, recalca y confiesa que llegó para abrirse camino sin conocer a nadie a cientos de kilómetros de la tierra donde nació.
Cuando Rafael “Cheíto” González apareció por sorpresa en casa de Maikel Amelia hace 15 años, la descubrió casada y encinta. Solo atinó a espetarle con las manos en la cabeza: Pero niña, ¿¡cómo tú vas a estar embarazada si acabas de llegar a La Habana!?”. Tiempo atrás, el reconocido director y la inexperta actriz se habían conocido en Holguín por intermedio de la agencia Actuar y la primera gran oportunidad quedó en el dique seco a causa de sueños mayores. Cada rato pierde su mirada en el techo para hurgar bien los detalles en su memoria.
— Fue una decisión de Dios, divina, y asumí la maternidad. No quise dejar a mi niña solita y le dediqué dos años enteros, hasta que llegó a mi vida el grupo de teatro Cimarrón, de Alberto Curbelo, cuya sede me quedaba, además, muy cerca de la casa y representaba una tranquilidad enorme. Fue una escuela y le agradezco mucho todo ese período de formación en la música, la danza, la narración oral, el teatro para niños. Y dicho esto, mi formación es teatral. Hay actores que no tienen esa posibilidad y no por ello son menos brillantes, pero para mí el teatro es la madre. Al final, con el talento se nace y si no, se desarrolla. No subvaloro jamás a ningún actor que no haya hecho teatro.
Después de aquella telenovela en cuyo staff no apareció el nombre de Maikel Amelia Reyes, lo primero que la llevó a la pantalla tras residir en La Habana fue un episodio del programa La Dosis Exacta y un personaje secundario en otra obra de Cheíto: Aquí estamos. “Allí hice un personaje pequeñito, pero para que veas que esas cosas aparentemente insignificantes sí tienen relevancia y no debemos subvalorar nada, el chino Chong me vio y me llamó para el casting de Santa María del Porvenir. Fíjate, te lo digo y me emociono”, cuenta y los ojos se le iluminan.
— Voy a hacer la historia por primera vez en público. En ese casting, apliqué para el personaje de la enfermera y fui seleccionada. Días después, me llamaron de nuevo y me dijeron que fuera a buscar cuatro o cinco escenas para una nueva prueba. Yo les pregunté sorprendida: ¿pero bueno, no había quedado ya? Y es cuando me dicen que me estaban proponiendo algo mayor, algo más grande. Me asusté mucho, lo confieso.
Las nuevas escenas eran, nada menos, las de la protagonista de la telenovela. Nerviosa, Maikel Amelia acudió a un casting nutrido de actrices, hasta chocar con un complejo obstáculo. “Yo respeto mucho, mucho, mucho los desnudos, admiro a las actrices y los actores que hacen desnudos en cine y televisión, sobre todo en Cuba por las condiciones de la sociedad, donde tienes que lidiar constantemente con la gente en una guagua, en la tienda. El desnudo tiene un sentido bien profundo e importante conceptualmente dentro de una obra. Y yo no tengo ninguna limitación ni complejo, pero en esta sociedad no hago desnudos.
Isabel Santos decía que la que se desnudaba no era ella, le riposto al instante, en un intento baldío por cuestionar un criterio cargado de convencimiento.
— Pero nuestra sociedad no está preparada en muchas ocasiones para asumir que no eres tú quien se desnuda. Yo coincido, Isabel Santos es un paradigma para mí dentro de la actuación, la respeto profundamente, pero estamos demasiado mezclados con el ámbito común. Jennifer López, Meryl Streep, por ejemplo, no tienen que codearse con los televidentes. Es distinto. Por eso, cuando quito una escena de un guion desde el punto de vista dramatúrgico y no cambia para nada la historia que se cuenta, el desnudo puede ser un gancho y confieso que yo no soy un gancho de nadie.
El cine cubano ha sido acusado en muchas ocasiones por el desnudo banal, que solo busca rating …
— Mira, a veces una escena erótica donde no ves, resulta más efectiva. Hay una imagen de Kim Basinger en que ella se está masturbando y lo que tú estás observando es su sombra en la pared. Eso tiene una carga erótica increíble. Y yo creo que cuando le sugieres al espectador, es más efectiva la obra que cuando se la das masticada.
Volvamos a Santa María del Porvenir. ¿En qué terminó aquello?
— Al terminar el casting, me dice el chino Chong: “a mí me encantas para el personaje de María Fernanda, pero tú tienes un problema”. Le pregunté, ¿cuál problema? Y me respondió: “que no haces desnudos y María Fernanda tiene un desnudo. Me le quedé mirando y la frase que le comenté fue concreta: yo no tengo problemas con los desnudos; yo no los hago”.
Se quedó mirándome, me hizo muchas preguntas sobre lo que yo pensaba y al final se echó a reír y le dijo a su asistente, “ponle los guiones en el carro”. Le respondí rápido, óigame no, espérese un momentico, llame a todas las actrices que usted tenga que llamar y déjeme a mí como la enfermera porque yo no voy a hacer el desnudo. Él me replicó en ese momento: “no te preocupes, porque ese desnudo no va a suceder, le haremos un homenaje a la radio en esa escena, será una escena donde se escuchará, pero no se verá nada”.
Con el aroma del café todavía en el paladar, cualquier charla es más amena. Y Maikel Amelia lo ama. Lo sé por las redes sociales. Habitualmente hace directas en su perfil. Tiene cientos de seguidores e interactúa con ellos con mucha frecuencia: les cuenta sus días, les confiesa secretos, les pregunta, les contesta. Habla como si fuera la madre y los usuarios sus hijos.
— Yo no era tan activa en las redes hasta que llegó a mi vida Lyn Social. Tengo una buena cantidad de adolescentes que reaccionan y, a veces, me cuentan hasta problemas de su vida personal y yo me pregunto: ¿ellos pensarán que yo tengo tiempo para todos? (risas) Pero siempre trato de hacer un espacio, un hueco, aunque no sea de forma personal, para hablar de temas sociales e inquietudes que me van manifestando los jóvenes.
A medida que avanza la charla florecen las emociones. Caben disímiles temas: la vida, el cine, Cuba. Ella responde casi siempre sin pensar demasiado. Del mundo actoral, confiesa, le cuesta asumir la competencia.
— Yo tengo que observar a mis compañeros cuando hacen un buen trabajo, en ese caso los llamo y los felicito, pero no compito con ninguno. No tiene sentido compararme con nadie, sería repetir matices ajenos. Por eso muchísimas veces hay directores que están organizando determinadas producciones y yo jamás he ido a decirles: estoy aquí, ¿me das un personaje.
Considero que son los personajes los que te eligen y mi trabajo está ahí, si ellos consideran que debo estar en sus castings, bien, si no, no pasa nada, no me molesto. No te digo que no existen momentos en que quisiera estar en determinadas producciones porque sería mentirosa, me encantaría hacer determinadas cosas, sueño con estar en una película de Fernando Pérez, trabajar con tanta gente…
¿Y el cine, Maikel Amelia? ¿Te sientes en deuda?
— Satisfecha no estoy. Y creo que ninguna persona que se sienta activa profesionalmente debería estarlo nunca. A mí me faltan una cantidad de personajes por interpretar, pienso en una cantidad de papeles… No creo que esté en deuda conmigo, porque no depende de mí, sino de que el director quiera trabajar conmigo y de que el personaje me elija. Cuando el director quiere y el personaje me elige, ahí estoy yo. Y he rechazado propuestas en cine por el tema de los desnudos”.
De hecho, hay rumores de que Maikel Amelia es una actriz con asignaturas pendientes por resolver al no hacer desnudos, y eso de alguna manera ha dañado la perspectiva de ciertos directores hacia mí. Otros piensan que si llaman a Maikel Amelia van a llamar a Lucía, la de Tras la huella. Son aspectos que de alguna manera me han encasillado. Me falta mucho por hacer, quisiera, incluso, interpretar una gran vedette y, de hecho, lo decreto ahora mismo: haré personajes interesantes y les pondré todo el amor. Que venga mucho cine.
Convencida de que su oportunidad en la gran pantalla llegará, por el momento ya atesora un bien mayor: el cariño del público. La popularidad, dice, es algo que no busca, pero tampoco le desagrada. “Quien te diga que no le gusta, a lo mejor me equivoco, pero probablemente mienta. Pero yo creo, y esta pandemia lo ha demostrado, que más notoriedad que los médicos no la tiene nadie”.
Las palabras brotan como resortes. Parecen sinceras. Una productora interrumpe casi al final y otro muchacho, que llegó hace poco, se acerca con una cámara y una lámpara en su trípode. Cuando nos marchemos, grabarán una cápsula para las redes sociales, quizás un anuncio, una promoción, otra charla. En el equipo que espera la impaciencia pudiera cortarse con el filo de unas tijeras. Maikel Amelia ahora habla más. Y extiende sus respuestas.
Desvela sus quehaceres diarios, los proyectos futuros, los libros y las canciones que elige en sus escasos tiempos libres. Por ahora trabaja en Travesura musical, un programa para niños, y se ufana de su labor en la gustada serie Promesas, en la cual defendió el personaje de Marlén y recibió la aprobación de buena parte de la audiencia. A nivel personal, pronto comenzará una rutina de ejercicios físicos a las 6 de la mañana para motivar en su hija un estilo de vida saludable.
“Por donde camine mi madre, lamería el suelo”. No se sonroja al manifestar tal cosa y, ¿por qué habría de hacerlo? La ama y eso se nota. Juntas venteaban arroz en Manzanillo, y como no tenían agua, lavaban gracias a un cubo de agua tirado de una soga en un pozo de brocal.
A veces, padece de insomnio porque piensa mucho en el trabajo. Sin embargo, quisiera dormir siempre ocho horas. Ama cocinar, pero admite que su esposo lo hace mejor. Se reconoce como una guajira que gusta de “comer comida de caldero” y siente debilidad por los mariscos. En su lista de reproducción no puede faltar Joaquín Sabina, ni tampoco Varela, con letras tan hermosas como Peces de Ciudad. A sus amigos les sugiere leer El hombre mediocre, de José Ingenieros, un libro sencillo, asequible, que habla de las sociedades, de las masas, de lo importante que resulta ser individual.
— Y a Cuba, ¿cómo la ves hoy?, inquiero casi al final.
“Está en un proceso histórico complejo. Hace mucho tiempo es el ojo del huracán. Yo como persona que cree en Dios, siempre he dicho que no discuto sobre política ni sobre la fe de nadie, porque son temas que separan a los seres humanos. Yo pienso que, por sobre todas las cosas, debemos unirnos como cubanos. Si analizamos la historia de nuestro país, cometemos una y otra vez los mismos errores, segmentación, regionalismos, lo que criticamos de un lado lo hacemos del otro. Yo no soporto los extremos”.
El hormigueo de nuevos espectadores en un diálogo de casi dos horas pasó inadvertido. A esta hora, por la calle un señor se desgañita en su anuncio de bolsas de pan y otros, casi al unísono, ofrecen sus servicios para reparar colchones. Llega la interrogante final. ¿Qué haría llorar a Maikel Amelia? Solo de pensarlo, rompe en llanto y contagia a los demás. Alcanza a decir entre sollozos: “estas preguntas no se hacen, chico”.
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